miércoles, 19 de marzo de 2014

Localidades reservadas (3)_Cine Negro en los años 60 (#3)_Le Doulos, 1962.




MENTIR O MORIR ESA ES LA CUESTIÓN. 

Maurice Faugel (Serge Reggiani) es un experto ladrón que ha pasado seis años en la cárcel por un robo anterior y acaba de salir a la calle. Lo primero que hará será reunirse con sus antiguos amigos y volver al trabajo. Para preparar un atraco necesita la ayuda de un nuevo tipo dentro de su círculo llamado Silien (Jean-Paul Belmondo). Silien es un tipo frío y distante que rara vez muestra sus sentimientos y que tiene fama de ser un confidente de la policía. El robo sale mal, y Maurice, que sospecha que Silien lo ha traicionado, decide ajustar las cuentas con él. 

La película está dirigida por Jean-Pierre Melville, llamado realmente Jean Pierre Grumbach, y que adopta como seudónimo el apellido del autor de Moby Dick, su admirado Herman Melville. Ese fue su nombre de guerra durante los años en que formó parte de la Resistencia ante la ocupación nazi de Francia y que mantuvo al terminar la contienda. Después de su debut con El silencio del mar (Le silence de la mer, 1949) película fetiche de la Nouvelle Vague con la que acabó teniendo grandes discrepan- cias, y de la adaptación de Los niños terribles (Jean Cocteau's Les enfants terribles, 1950), Melville desarrolla una cinematogra- fía centrada en el cine negro, siendo uno de los máximos exponentes del llamado Polar francés. Más de la mitad de su obra se englobará dentro de este género que irá depurando en estilo y lenguaje visual hasta su trilogía final: El silencio de un hombre (Le Samouraï, 1967), El círculo rojo (Le cercle rouge, 1970) y Crónica negra (Un flic, 1972). Sus referentes para este tipo de películas son claros, el cine negro clásico americano, el John Huston de La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950) y los westerns de John Ford. El propio Melville habla aquí de ello sin rodeos: 

"Me han definido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Es una bonita frase, pero no me parece exacta. Hay gente en Francia que, por su forma de filmar, es tan americana como yo, y también hay realizadores americanos cuyas películas parecen más francesas que las mías. No se puede establecer una nacionalidad a partir de la forma de filmar. No quiero ser paradójico y decir que no me siento impresionado por el arte cinematográfico estadounidense, eso sería falso. Es cierto que mis primeras lecciones las he aprendido de sesenta y tres grandes realizadores estadounidenses que me han enseñado la profesión. Aprendí de ese cine hecho en los años 30 y 40, como lo aprendieron todos los cineastas de mi generación, ya fueran franceses, italianos, ingleses o japoneses. Nos encontramos frente a una gramática y una sintaxis tan bien elaboradas que no se podían inventar otras. El western es el cine, es la forma más perfecta de espectáculo cinematográfico. Un buen western, en color y en scope, es algo extraordinario. Todas mis películas policiales son westerns trastocados de ambiente. Es difícil hacer algo que no se parezca a un western."

No solo por su espíritu individualista y solitario, como se ha dicho, sino también porque se le cerraron las puertas del sindicato de técnicos cinematográficos, Melville decide crear una productora y fundar sus propios estudios, lo que le llevó también a constituirse en un precursor de la producción independiente. Por ello fue tomado como modelo por las nuevas generaciones de realizadores franceses y, en especial, por los de la Nouvelle Vague, que lo reclamaron como padre, pero de quienes él decidió tomar distancia. Durante una entrevista en 1970, Melville declara que "Godard es un personaje considerable, estremecedor, patético. La destrucción de Godard por Godard es fabulosa." Y aborrece también del Truffaut de Domicilio Conyugal (Domicile conjugal, 1970) opinando "¡qué lejos quedan los 400 golpes! ¡esto vuela muy bajo! Desde entonces me aborrecen, por supuesto, pero era lo mejor para mí y lo mejor para ellos". 

La modernidad del cine de Melville no solo reside en el carácter individualista de sus personajes urbanos, o en la rigurosidad del tratamiento espacio-temporal de sus historias, si no en la manera de encarar sus proyectos. “Me cuido de nunca ser o parecer realista. Todo lo que hago es falso. Siempre”. El mundo de Melville parece tener una entidad propia, una vida que le pertenece sólo al director y a sus películas y que le acerca a autores de obras tan personales como Robert Bresson, Alain Resnais o Yasujiro Ozu . 

Su puesta en escena es rigurosa, sobria y nítida. Filma con serenidad y sosiego los actos más anodinos, privilegiados  por su sentido de la observación. Las emociones subyacen detrás de los personajes y raramente afloran a la superficie. Hay un destino marcado en los rostros de los personajes de Melville, un signo que usualmente se asocia a la fatalidad y la muerte. Sin embargo, estos personajes no buscan escapar a este camino marcado de antemano, sino que con dignidad se dejan llevar por él. Su iconografía del gánster, la violencia y un gusto por los guiones complejos influyeron enormemente a directores contemporáneos como Martin Scorsese, John Woo, Takeshi Kitano o Quentin Tarantino quien declaró alguna vez que el guión de El Confidente era su favorito de todos los tiempos. 

En el prologo de la película ya advierte que sólo habrá dos opciones "morir o mentir". Ante esta disyuntiva vital, está claro que la mentira se convertirá en la moneda de cambio corriente en los diálogos de los personajes, llegando a dominar toda la atmósfera narrativa del filme. Como ya ocurria en su primera película, El silencio del mar, donde para no traicionarse, dos campesinos franceses negaban la palabra al oficial nazi que ocupaba su casa, el hecho de hablar se encuentra íntimamente ligado a la traición y a la delación en sus películas de serie negra. Al final, la mayoría de sus personajes acabarán eligiendo el silencio como forma de vida, llevando esta idea al extremo en El Silencio de un hombre ( Le Samouraï, 1967). 

A Melville le importa muchísimo el fetichismo en el vestuario, en sus propias palabras, “un hombre armado es diferente a los demás y seguro que lleva sombrero. En el cine, un hombre que dispara con sombrero es más impresionante que otro que dispara sin él. El porte del sombrero equilibra un poco el revólver en el extremo de la mano”. Cine negro en estado puro. 




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